Aunque no somos llamados a corregir la confusión en el testimonio cristiano, algo que sí podemos hacer es corregirnos a nosotros mismos en relación con dicha confusión. El apóstol Pablo describe la defección del testimonio cristiano como algo tan conducente a la confusión que sólo el Señor podría distinguir entre quien era real y quien no (2 Ti. 2:15-19). Luego prosigue diciendo que nuestra responsabilidad en toda esta cuestión es apartarnos de aquello que sabemos que es malo e inconsecuente con la Escritura, diciendo: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo».
Para ilustrar este tema tan importante, emplea el apóstol la figura de una casa grande para describir la confusa situación de la Cristiandad. En la casa había una mezcla de vasos de oro y de plata (verdaderos creyentes) y de madera y de barro (falsos profesantes). Algunos de esos eran «para usos honrosos» y algunos eran «para usos viles». Si un cristiano ha de ser un vaso «santificado» y «para honra», y dispuesto para toda buena obra a la que el Señor le pueda llamar, ha de pasar por el ejercicio de limpiarse separándose de los vasos entremezclados en la situación de confusión. «Si pues se purificare alguno de éstos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (2 Ti. 2:20-21, V.M.). El llamamiento del Señor a cada cristiano que se encuentra sumido en la confusión de la «casa grande» es a separarse de tal confusión. Aunque no podemos abandonar la «casa grande» (porque eso significaría abandonar totalmente la profesión de cristianismo), podemos y debemos separarnos del desorden en la casa. Véase también Segunda Corintios 6:14-18; Segunda Timoteo 3:5; Romanos 16:17; Apocalipsis 18:4.
¿Por qué separarse?
Quizá alguien podría preguntar: «¿Por qué es tan importante la separación?» La respuesta es: porque por nuestras asociaciones podemos contaminarnos, y nos contaminarán. La mayoría de cristianos creen que pueden asociarse con lo que quieran sin quedar afectados por ello. Pero la Biblia enseña que sí quedamos afectados por aquellos con quienes nos asociamos. «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt. 7:1-4; Jos. 23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Sabemos que éste no es un tema popular para los cristianos hoy en día, pero Dios nos ha dado esas cosas en Su Palabra para que seamos preservados de las sutiles corrupciones del adversario (Satanás). Las cosas que Dios ha dado en Su Palabra son para nuestro bien, no porque quiera destruir nuestro gozo. Él nos ama y se cuida de nosotros, y sabe qué es lo mejor para nosotros. Recordemos también, nunca somos más sabios que la Palabra de Dios.
La Biblia indica que el cristiano debe separarse de tres cosas debido a que la asociación con tales cosas nos afectarán y contaminarán. Esas tres cosas son:
1) El mal moral – Un ejemplo de ello se encuentra en el problema que existía en Corinto, donde tenían a una persona inmoral en medio de ellos. El apóstol les dijo: «¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Purificaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa» (1 Co. 5:6-7). ¡Como grupo, los cristianos asociados con un malo en medio de ellos corrían el peligro de quedar leudados por el pecado de aquella persona, aunque ellos personalmente no hubieran cometido aquel pecado! El apóstol les instruye que debían disociarse del mismo mediante la excomunión de la persona pecadora (1 Co. 5:11-13). Comparar también el pecado de Acán. Cuando pecó, el Señor dijo: «Israel ha pecado» (Jos. 7:1, 11). Aunque sólo un hombre y su familia habían hecho el mal, el Señor acusó a todo Israel de aquella culpa debido a que estaban asociados con él.
2) El mal doctrinal – Un ejemplo de eso lo tenemos en el caso de la «señora elegida» en la Segunda Epístola de Juan. Fue advertida de que si alguien acudía a ella que no permanecía en la doctrina de Cristo, no debía recibir a tal persona en su casa, ni debía siquiera saludarla, porque al hacerlo se hacía participante de su mal. El apóstol Juan dijo: «Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le saluda, participa en sus malas obras» (2 Jn. 9, 11). ¡Observemos que si saludaba o recibía a tal persona, se haría incluso partícipe de la mala doctrina de aquella persona, aunque ella misma no recibiese su mala enseñanza! Así, su responsabilidad era mantenerse pura de esas enseñanzas erróneas, y eso debía hacerse mediante la separación.
Los gálatas son otro ejemplo de eso. Entre ellos se habían introducido personas que trataban de judaizarlos, enseñándoles que debían guardar la ley. El apóstol Pablo dice a los gálatas: «Corríais bien; ¿quién os impidió obedecer a la verdad? Esta persuasión no procede de aquel que os llama. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Gá. 5:7-9). Vemos aquí que esta errónea enseñanza tuvo el mismo efecto de fermentación sobre los gálatas que la persona inmoral en medio de los corintios (1 Co. 5:6-7). Eran leudados por las doctrinas judaizantes con las que estaban asociados.
Los corintios habían también admitido malas doctrinas acerca de la doctrina de la resurrección, y el apóstol Pablo lo relacionó con la asociación que habían tenido con ciertos maestros entre ellos que sostenían doctrinas torcidas. Por ello les advirtió, diciendo: «No os dejéis engañar; las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33).
Pablo dijo también a Timoteo que si se encontraba con alguien que enseñaba cosas contrarias a la sana doctrina, que debía «apartarse» de tal persona, porque si no lo hacía se haría partícipe del mal de aquella persona (1 Ti. 6:3-5).
3) El mal eclesiástico – El mismo principio es cierto en el mal y desorden religioso (esto es, clericalismo – el sistema clero/laicos). Cuando nos asociamos con una comunión particular de cristianos que tiene un sistema de cosas que no es conforme a la Palabra de Dios, tanto si mantenemos lo que ellos practican como si no, seguimos identificados con él. Este principio queda claramente establecido por el apóstol Pablo en Primera Corintios 10:14-22. Muestra allí que el principio de identificación existe, sea en el cristianismo, el judaísmo o el paganismo. En cada caso, la participación en un orden religioso de cosas es la expresión de la comunión de uno con todo lo que existe allí.
Con respecto al cristianismo, dice el apóstol: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión en el cuerpo de Cristo?» (1 Co. 10:16). Es evidente por ello que nuestro acto de partir el pan (participando de la Cena del Señor) es la expresión de nuestra comunión con aquellos con los que partimos el pan.
Con respecto a Israel, el apóstol expone que existía el mismo principio, diciendo: «Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no están en comunión con el altar?» (1 Co. 10:18). El que participase de los sacrificios en el altar sobre el que se ofrecían se identificaba con todo aquello que significaba el altar.
Y el apóstol expone también que el mismo principio es cierto con respecto a la idolatría en el paganismo, diciendo: «Lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y no a Dios; y no quiero que vosotros tengáis comunión con los demonios» (1 Co. 10:20). En este caso, los que participaban de la «copa de los demonios» estaban en comunión con demonios.
¡Permanece por tanto el hecho de que nuestro acto de participar con un grupo eclesial determinado constituye nuestra identificación con todo lo que tiene lugar allí! Si ellos enseñan mala doctrina, estoy en comunión con ella. Si están dedicados a una práctica no escrituraria de culto, también estoy en comunión con ella. Y Dios no quiere que Su pueblo tenga comunión con malas doctrinas o prácticas (2 Co. 6:14-18). Por eso dijo el apóstol Pablo que cuando surge la confusión religiosa en la casa de Dios, debemos limpiarnos de esas cosas separándonos de ellas (2 Ti. 2:20-21).
Otra razón por la que es necesario separarse del orden de hechura humana en las denominaciones es que si nos quedamos en ellas no podremos practicar el orden de Dios tal como se encuentra en la Escritura, porque esos lugares distan de practicar el orden escriturario.
Un remanente de judíos
salidos de Babilonia
El Antiguo Testamento nos da una ilustración de este ejercicio de separación de la confusión religiosa. Siguiendo la historia de los hijos de Israel a través de los libros de los Reyes y Crónicas, vemos que después de haberse establecido en su tierra prometida con su servicio de culto promulgado por Dios, fueron alejándose lentamente de la Palabra de Dios. Introdujeron cosas que Dios nunca les había mandado (p.e., 1 R. 11:7-8; 2 R. 16:10-18). A causa de su desobediencia y fracaso por no confiar en el Señor, perdieron poco a poco la tierra en manos de sus enemigos, hasta que por fin llegaron los babilonios y los desarraigaron totalmente de ella. Fueron introducidos en el vasto sistema de Babilonia (que significa «confusión»). Muchos de los vasos del templo fueron tomados e incorporados en el paganismo de Babilonia. Mientras los hijos de Israel permanecieron en aquella tierra de confusión religiosa que era Babilonia, apenas quedó una traza de su culto promulgado por Dios. Allí estaban sus vasos de adoración (Dn. 1:2; 5:2, 5), pero todos estaban mezclados en aquel vasto sistema de cosas que no procedía de Dios. ¡Qué triste imagen de fracaso!
Lo que debemos ver en esta triste imagen es una correlación con la historia de la iglesia. No mucho después de que Dios hubiera establecido la iglesia en la simplicidad del culto y del servicio cristiano, hubo también un apartamiento de la Palabra de Dios. No pasó mucho tiempo antes que el testimonio cristiano cayera en la gran ruina y el gran fracaso de que hemos estado hablando. Con ello, la iglesia fue también llevada a la confusión religiosa tipificada por Babilonia. El alejamiento es hoy tan grande que el verdadero cristianismo bíblico es apenas reconocible entre todos los aditamentos ajenos que han sido adjuntados al Nombre de Cristo. ¡Qué triste testimonio de la ruina de aquella que ha sido la depositaria de la más excelsa verdad que Dios haya dado a conocer al hombre!
Después que los hijos de Israel pasaran setenta años en Babilonia, hubo entre algunos de ellos el anhelo de volver (mediante el decreto de Ciro, rey de Persia) a Jerusalén, el lugar dado por Dios a Israel para el culto. Su deseo era entonces adorar a Jehová en la manera y en el lugar que Dios les había designado originalmente. De modo que Josué y Zorobabel (y más adelante Esdras y Nehemías) partieron de Babilonia acompañados de unos pocos miles de judíos. Volver a Jerusalén significaba abandonar (o separarse de) Babilonia. Abandonar Babilonia significaba dejar a muchos de sus propios hermanos que no estaban interesados en dejar la confusión que existía en aquella tierra.
Seis excusas que se dan generalmente para no separarse
del orden de hechura humana en las denominaciones
1) «¡No deberíamos juzgar a otros cristianos!»
Hay ocasiones en que algunos dirán: «No querría separarme de mi “iglesia” porque al hacerlo los estaría juzgando, y la Biblia dice que no debemos juzgarnos unos a otros.»
Para algunos cristianos, esas cuestiones que hemos estado considerando pueden sonar semejantes al espíritu farisaico de «juzgar». Y es cierto que no debemos juzgar los motivos de los demás, porque sólo Dios es el Juez de los motivos (Mt. 7:1; 1 S. 2:3; 1 Co. 4:4-5). Pero sí debemos juzgar las doctrinas de una persona (1 Co. 10:15; 14:29), sus acciones (1 Co. 5:12-13) y sus frutos (Mt. 7:15-20). No se trata de que los que tienen esas inquietudes crean que son mejores que otros cristianos, ni quieren juzgar los motivos de otros cristianos que persisten en los arreglos humanos dentro de la casa de Dios. La guía última del cristiano es la Palabra de Dios, y es ella la que juzga que el orden humano de cosas en las denominaciones está mal. Debemos juzgar aquello que la Palabra de Dios juzga. Cuando todo el orden de hechura humana en la Cristiandad culmine en la falsa iglesia en el libro de Apocalipsis (bajo la figura de «Misterio, Babilonia la Grande», RV), Dios ejecutará el juicio sobre ella, y desaparecerá para siempre. Cuando ello suceda, la Palabra de Dios dice: «Dios ha juzgado vuestro juicio de ella» (Ap. 18:20, Gr.; cp. BAS, margen). Esto muestra que antes de este tiempo los creyentes ya habían pronunciado juicio sobre ella. En aquel día venidero, Dios llevará esos juicios a su ejecución. Esto muestra que los cristianos tienen el deber de juzgar lo que es antiescriturario en la Cristiandad de una manera factual.
El Antiguo Testamento presenta otro tipo que ilustra este extremo. Jeroboam introdujo en Israel un nuevo sistema de culto que era puramente de su invención. No tenía orden de Dios para establecerlo. Sin embargo, estableció dos nuevos centros de culto en Israel, en Bet-el y Dan. También estableció un nuevo sacerdocio en esos lugares que era «conforme» al orden de Dios en Jerusalén. Lo hizo, sin duda, para dar a la gente la impresión de que este nuevo orden de cosas procedía de Dios. Pero condujo a Israel al pecado al inducir a la nación a adorar en esos lugares (1 R 12:28-33). Apenas es necesario añadir que aquello desagradó al Señor.
No mucho después de esto, el Señor envió a un profeta a Bet-el a clamar contra el altar que Jeroboam había levantado. El profeta «clamó contra el altar por palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: … Y en aquel mismo día dio una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (1 R. 13:1-3). Observemos cuidadosamente que el profeta clamó contra el altar, y no contra la gente que adoraba allí. El altar con su becerro, siendo el centro del culto en Bet-el, representaba todo el sistema de cosas establecido por Jeroboam. Esto ilustra nuestro razonamiento. No queremos clamar contra (ni juzgar a) nuestros hermanos mezclados con la confusión de la casa de Dios, ¡sino en contra del sistema, porque no es de Dios!
El mensaje del profeta molestó enormemente a Jeroboam, e hizo un gesto contra el profeta, pero al hacerlo se le secó la mano. Sin embargo, el profeta oró por la restauración de la mano de Jeroboam. Esto indica que su intención no era perjudicar a Jeroboam ni a la gente. Quería el bien y la bendición de ellos. Muchos cristianos que quieren seguir en el sistema de cosas dominante en la Cristiandad se ofenden personalmente, como sucedió con Jeroboam, cuando se suscita la cuestión de la separación de la confusión en la casa de Dios. Sin embargo, no es nuestra intención atacar a ninguna persona, sino hablar la verdad de Dios en amor (Ef. 4:15). Nunca deberíamos ofender personalmente a nadie, pero cuando la verdad es presentada a alguien que no la quiere, a veces se sentirán ofendidos por ella (Mt. 15:12; Gá 4:16). En tal caso, debemos dejarlos en manos del Señor.
2) «Separarse demuestra falta de amor.»
Algunos cristianos creen que separarse de otros cristianos que «piensan de modo diferente» es sencillamente algo demasiado extremado, y que demuestra falta de amor.
Pero la Biblia dice que la manera más grande que tenemos de mostrar amor a los hijos de Dios es mediante nuestra obediencia personal a Dios. «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos» (1 Jn. 5:2-3). La pregunta es: «¿Qué es más importante, la obediencia a Dios, que demuestra nuestro amor hacia Él, o nuestra permanencia en una posición no escrituraria debido a que queremos mostrar amor a las personas que se encuentran allí?» La desobediencia a la Escritura no es amor. No deberíamos poner al pueblo de Dios por encima del Señor. Él debe tener el primer lugar. El Señor Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos … El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama» (Jn. 14:15, 21).
3) «¡Nuestra iglesia está creciendo!»
Otros podrían responder a esas cosas diciendo: «¡Pero estamos creciendo! Esto demuestra que Dios está dando bendición a nuestra iglesia; y si Dios la está bendiciendo, no estará equivocada. ¿Por qué debería separarme de algo que Dios está bendiciendo de manera evidente?»
El problema aquí reside en las definiciones. Cuando las personas hablan de crecimiento, por lo general se refieren al aumento en cantidad (de personas). La Biblia, sin embargo, se refiere al crecimiento como un desarrollo y maduración espiritual en el creyente (1 P. 2:2; 2 P. 3:18; Ef. 4:15-16; Col. 1:10; 2:19; 1 Ts. 3:12; 4:10; 2 Ts. 1:3; Hch. 9:22).
El crecimiento numérico no es señal de la aprobación o bendición de Dios. Es una total inconsecuencia identificar el aumento numérico con la bendición de Dios. ¡Si ello fuese así, entonces la Iglesia Católica Romana sería la denominación aprobada por Dios, porque se jacta de tener la mayor cantidad de miembros de todas las iglesias! Los Testigos de Jehová se jactan de un crecimiento numérico fenomenal. ¿Significa eso que Dios les está bendiciendo? Si el criterio para discernir si Dios está bendiciendo algo reside en la cantidad de seguidores que tiene, entonces Dios debe estar dando bendición a los musulmanes: ¡el Islam se jacta de poseer una quinta parte de la población mundial!
La Palabra de Dios dice que la única clase de personas que van a aumentar numéricamente en la iglesia en los últimos días son los malos hombres y los impostores, afirmando que «muchos seguirán sus disoluciones» (2 Ti. 3:13; 2 P. 2:2). Al jactarnos de grandes números, podríamos estar reconociendo de manera irreflexiva que estamos con un grupo de los que advierte la Escritura que surgirían en la iglesia en los últimos días. Naturalmente, no es éste siempre el caso, pero debería servir de advertencia para que nadie quiera jactarse en números. Es evidente por las Escrituras que los creyentes fieles y piadosos irán disminuyendo al irse entenebreciendo la situación (2 Ti. 1:15; Sal 12:1).
En un sistema de cosas que está mayormente sustentado por donaciones y ofrendas de la congregación, los números son importantes para esas iglesias. Pero Dios no está interesado por los números como el hombre. La clase de crecimiento que Dios busca en Su pueblo redimido es el crecimiento en la madurez espiritual. En este contexto, ¿cuánto crecimiento hay en los miembros de las diversas denominaciones? Si el reconocimiento de la verdad es una prueba de la madurez espiritual (1 Co. 10:15; Fil. 1:9-10; He. 5:14), preguntamos: «¿Recibirían ellos la verdad acerca de la iglesia (su orden y función) si fuera puesta delante de ellos?» Estamos seguros de que la mayoría la rechazarían, como Pablo predijo que harían en los últimos tiempos (2 Ti. 4:3-4).
4) «¡Dios está usando las denominaciones!»
Algunos cristianos dirán: «Pero sigo pensando que no está mal adorar con un grupo de creyentes en su denominación sólo porque el orden de cosas en ella no esté en la Biblia. ¡Después de todo, Dios está usando esas iglesias denominacionales! Hay personas que están siendo salvas, y los cristianos reciben bendición allí. Si Dios puede usarlas, ¡no pueden ser tan malas que deba separarme de ellas! ¿Por qué debo separarme de algo de lo que Dios evidentemente no se ha separado?»
Aunque pueda parecer que Dios está usando las iglesias denominacionales (y no denominacionales), queremos observar inmediatamente que no son las denominaciones de hechura humana lo que Él está usando, sino Su Palabra. La Biblia dice: «Mas la Palabra de Dios no está presa» (2 Ti. 2:9). Dios puede usar y usa Su Palabra para bendición allí donde es ministrada. Cuando un llamado Pastor o Ministro predica la Palabra (2 Ti. 4:2) y ministra su verdad a sus oyentes, el Espíritu de Dios la tomará y la aplicará a los corazones y a las conciencias de los que están allá. Sí, se salvan personas en esos lugares. No hay duda alguna acerca de ello. Pero el hecho de que Dios esté salvando personas en esas iglesias no significa que Él esté dando Su aprobación al orden de hechura humana contrario a Su Palabra escrita. Él nunca aprueba algo que contradiga a Su Palabra. Uno podría llevar la Palabra de Dios a un lugar de impiedad como una taberna, y el Espíritu podría usarla para la salvación de alguien. ¡Pero esto no significaría que Dios esté usando las tabernas! Eso no justifica su existencia. Naturalmente, éste es un ejemplo extremo, pero ilustra nuestro argumento de que Dios puede usar Su Palabra en cualquier lugar.
En tanto que Dios usa Su Palabra donde le place (Is. 55:11), el cristiano no debe andar por donde le plazca, sino según el camino que Dios le ha señalado en Su Palabra. El cristiano debe amar a todo el pueblo de Dios, pero sus pies deben permanecer en el camino de la obediencia a la Palabra de Dios que le llama a separarse del desorden que el hombre ha introducido en la casa de Dios (2 Ti. 2:20-21). El mero hecho de que haya una bendición tangible en algún sistema o denominación no significa que el cristiano quede exento de su responsabilidad de andar en la verdad de la Palabra de Dios. No debe abandonar el camino de la obediencia sólo para tener comunión con algo que sepa que es antiescriturario.
5) «¡Puedo hacer mucho bien quedándome donde estoy!»
Otros pueden decir: «Sé que hay muchas cosas que no están precisamente bien en mi iglesia, pero, ¿por qué debo dejar mucho de lo que creo es bueno por algunas cosas que no sean conforme a las Escrituras? Además, me parece que puedo hacer mucho bien ayudando a las personas aquí. Si me voy, no podré ayudarlas.»
Si volvemos a la figura que emplea el apóstol Pablo de los vasos en la «casa grande», veríamos que no se trata de si el Señor puede usar los vasos de honra mezclados con los vasos para deshonra. El fondo de la cuestión es que no podrá usarlos para todo lo que el Señor pueda querer hacer. Un plato sucio en casa es útil para algunos trabajos. Si es necesario cambiar el aceite del automóvil, un plato que no esté limpio puede ser utilizado sin problemas para ese trabajo. Pero un plato limpio puede ser empleado para cualquier propósito en casa. Este principio funciona de manera idéntica en la casa de Dios.
Algunos pueden pensar que estamos hablando con menosprecio de aquellos cristianos asociados con las iglesias, al decir que no están limpios. Pero esperamos que no estamos hablando con menosprecio de ninguno del pueblo del Señor. Querríamos recordar al lector que no son nuestras palabras: es lo que dice la Palabra de Dios. Es la Escritura la que dice que una persona no es un vaso «santificado» hasta que se haya limpiado de la confusión en la casa de Dios separándose de dicha confusión (2 Ti. 2:21).
Algunos dirían: «De todos modos, ¿qué servicio querría el Señor que se llevase a cabo que no podría llamar a alguien de una denominación para el mismo?» Para ilustrar nuestro argumento, supongamos que hay algunos cristianos que están en ejercicio de alma en cuanto a la verdad de cómo Dios quiere que los cristianos se reúnan para el culto y el ministerio. ¿Podría el Señor llamar a alguien de los sistemas eclesiásticos para delinear la pauta escrituraria para el culto y el ministerio? E incluso si alguien asociado con las iglesias supiera algo de la verdad de la Escritura acerca de esa cuestión, si tratase de explicarla estaría poniéndose en evidencia al no hacer lo que estaba enseñando a otra persona que se debe hacer. Sus palabras parecerían como una burla de la verdad, y por ello no tendrían poder para librar a la persona de una posición falsa (Gn. 19:14).
No hay duda alguna de que una persona puede hacer algún bien en las iglesias. Eldad y Medad son un ejemplo de esto (Nm. 11:26). Permanecieron en el campamento de Israel cuando el Señor los había llamado fuera a Sí mismo (Nm. 11:16, 24-26). Estaban siendo de utilidad allí, pero ¿era acaso el más alto llamamiento para ellos cuando el Señor había dicho claramente: «Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel»?
Otro ejemplo lo tenemos en Noemí en la tierra de Moab. Fue de ayuda para Rut en cuanto que Rut se volvió de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero (Rt. 1:16-17). Pero eso no justifica que Noemí estuviese en aquel lugar. En primer lugar, ¡Noemí no debiera haber estado allí! El Señor hubiera podido llevar a Rut al conocimiento del verdadero Dios sin Noemí. La Escritura dice: «El obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S. 15:22). Esto significa que obedecer es nuestro primer deber, y que dejamos el resto en manos del Señor. El Señor considera la obediencia como más importante que hacerle algún servicio. La mayor ayuda que podemos ofrecer a los que están atrapados en la confusión en la casa grande es mantenernos fuera de la confusión y buscar sacar a otros de la misma (2 Ti. 2:24-26). Si vemos a alguien atrapado en un foso, no entramos en el foso para ayudarlos a salir de él. Podríamos vernos atrapados nosotros mismos allí. En lugar de ello, nos ponemos en un lugar seguro y tratamos de sacarlo. Lo mismo sucede con las cosas divinas.
6) «¡No deberíamos dejar de congregarnos!»
Otros podrían decir: «¿Pero no nos exhorta la Palabra de Dios a no dejar nuestra congregación? (He. 10:25, RV.) Si me separo de mi iglesia, no estaré obedeciendo esta Palabra.»
Cierto, la Biblia nos ordena no dejar nuestra congregación. Pero un cristiano no necesita pertenecer a una denominación no escrituraria (ni a una comunión no denominacional) para obedecer a la Escritura. El Señor Jesús dijo: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20).
Si la Palabra de Dios nos manda que nos congreguemos, desde luego también debe decirnos cómo debemos hacerlo. Y vemos esto como una confirmación de que Dios tiene ciertamente un modelo según el que deben los cristianos reunirse para el culto y el ministerio.
La separación no es aislamiento
Cuando la Palabra de Dios se refiere a la separación, no está refiriéndose a un aislamiento. Ninguno de los escritores del Nuevo Testamento, al tratar acerca de la ruina y de la confusión en el testimonio cristiano, presenta que la respuesta sea que el cristiano se aísle. De hecho, dicen lo contrario. El mismo pasaje de la Escritura que nos manda limpiarnos de la confusión de la casa grande separándose de dicha confusión nos dice también: «Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2 Ti. 2:22). Esto muestra que debemos buscar la comunión con aquellos que tratan de mantener los principios de la Palabra de Dios.
¡Más luz!
Un importante principio para ser guiados en un tiempo de defección es: «Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17). No será hasta que estemos preparados para separarnos de aquello que sabemos erróneo en el ámbito de la profesión cristiana que podremos esperar recibir luz para los siguientes pasos en el camino. Cuando tratemos de andar en la luz que Dios nos ha dado, nos dará más luz. «En tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9). Este es un principio constante en toda la Escritura.
Abraham es un ejemplo de eso. Dios lo llamó mientras vivía en la tierra de Ur de los Caldeos, y le mandó que fuera a un lugar en la tierra de Canaán que le mostraría a su debido tiempo (Gn. 12:1-3; Hch. 7:2-3). Por la fe «salió sin saber adónde iba» (He. 11:8). Cuando se detuvo en el camino en Harán y se estableció allí, no recibió más luz ni comunicación de parte de Dios para su camino (Gn. 11:31). No fue hasta que hubo continuado su viaje hasta la tierra de Canaán, como el Señor le había mandado, que recibió una nueva comunicación del Señor (Gn. 12:4-7). Y lo mismo nos sucede a nosotros en el camino de la fe. Es algo como los faros de un automóvil que se desplaza en medio de la noche. Sólo dan luz al viajero para 70 a 100 metros a la vez. Al ir moviéndose el vehículo, el conductor tiene luz para la carretera para los siguientes 70 a 100 metros. Pero si el automóvil se detiene, el conductor no tiene luz para más adelante. Y recordemos, es a aquellos que estén dispuestos a hacer la voluntad de Dios, cueste lo que cueste, que les será dado conocer la verdad (Jn. 7:17).